Paseo hacia la Torca de los Pajizos


LA  LOMA DE EN MEDIO 


     El Desierto de Los Coloraos de Gorafe está formado por infinidad de rutas y senderos. Algunos practicables en 4x4, pero miles a pie. Un lunes cualquiera, de la mano de Antonio Hernandez Blanquez, cartero de Gorafe hasta hace unos meses, gorafeño y andarín, nos regaló una increíble ruta. Escenarios impactantes, colores, formas y texturas imposibles, y una sensación de paz y de pequeñez en aquella inmensidad, difícil de encontrar en otro lugar.
     


        Las sendas que fuimos disfrutando nos llevaban de rambla a loma, de torrentera a vallejo, maravillándote a cada paso, sorprendiendote en cada nuevo giro del camino, pero siempre con la sensación de ir cabalgando sobre la cresta de una ola, que sube..., baja y vira con plena libertad.
     La geología salvaje de este entorno, acentuada por la erosión sufrida a lo largo de los tiempos, dejan al descubierto la historia de millones de años. Para l@s geólog@s un pergamino ajado que les muestra los cambios y formaciones de Gea en este lugar del mundo.




















 

      Antonio conoce cada nombre de sendero, loma y rambla, pero nuestro destino en esta ocasión fue una torca, La torca de los Pajizos. Un lugar increíble, que aunque lo había visto en fotografía, en este caso, faltaban muchas palabras para describirla. Desde su sobrecogedor tamaño hasta su aparente fragilidad en algunos puntos.

     Pero comencemos por el principio. Esta ruta, con origen y termino en Gorafe, recorre 21 km. El trazado no es especialmente difícil, aunque si alguno de sus desfiladeros, arreglados por Antonio a golpe de azada. Lo importante es no tener vértigo en ciertos puntos y llevar un calzado adecuado.

     Comenzaríamos la ascensión al Llano de los Olivares por la Cuesta de Gor o por la Cuesta de Freila. Si lo hacemos por la segunda nos ahorramos 1 km en la ida y otro en la vuelta, también está la opción de subir por una y bajar por otra. Si subimos por Freila, saldremos a la placeta de las Cuevas del Torriblanco y sobre ellas encontraremos un cortijo semiderruido, con restos de pintura rosada que dejaremos a nuestra izquierda. Si la opción es la de Gor, al encontrarnos de frente a ese cortijo, el Cortijo de Manuel García Sánchez, y giraremos a la derecha.
   
     Ya estamos en la buena dirección, vengamos por la vereda que vengamos. Siguiendo una senda entre cereal y almendros, cambiaremos nuestro rumbo al llegar al primer cruce a la izquierda. Aquí dejaremos que nuestros pasos se vayan adentrando entre almendros, que a finales de febrero, cuando estalla su floración, nuestros sentidos disfrutarán de la belleza y el aroma de su flor.





     Sin darnos cuenta, con un fácil caminar, nos encontramos en el Puntal de la Loma de en medio. Unas tierras ondulantes y agrietadas nos dan la bienvenida. Esta primera impresión solo es el inicio del estado en el que nos encontraremos durante toda la ruta. Únicamente alterado por algún espectáculo de luz o color que eleve aún más nuestra placentera sensación.
   
     A la derecha, el Estrecho de la Loma de en medio, nos invita a continuar nuestro camino. Una serie de veredas y barrancos que desembocan en una rambla que incluso en verano porta agua. La iremos bordeando por su margen izquierda y viendo desde allí chimeneas de hadas en formación, conocidas popularmente como lápices. No sin quedar perplejos por los sinuosos surcos que la erosión ha ido dejando en las laderas.
   
                                                                                              

   
     A pesar de la aparente acritud de estas tierras, estas tierras baldías o badlans, viven a su abrigo infinidad de especies vegetales como tarais, mansiegas, juncos, zarzales, esparto, romero, aliaga, retama y mi favorita, el salao .El salao, una planta dura en su cuerpo, pero con una delicada floración, representa perfectamente los contrastes de la tierra de la que se alimenta. Sus pequeñas y arracimadas florecillas aterciopeladas y rojas, salpican y colorean nuestro paso.



     Adentrándonos en la Cuesta del Caracol, siempre siguiendo los caminos y las historias de nuestro guía, vamos descubriendo nuevos parajes, nueva vegetación y restos de paso de la fauna de la zona, ginetas, jabalís e incluso disfrutamos del revoloteo de alguna perdiz a la que alteramos su tranquila jornada.  

                          

     Desde el Horcajo de la Loma del Medio se abre ante nosotros una nueva depresión, el Vallejo de las Hembras. Tonos ocres y rojizos de sus tierras, salpicados por el verdor del esparto, abren otra gama de color ante nosotros.Y en lo más profundo del valle, intuiremos enormes torcas en su base, aunque a la que nos encaminamos, nos aguarda más adelante.


     Mientras hacíamos camino, embelesados con las vivencias de Antonio, nos contó una especialmente curiosa. Por la cuesta del Caracol, una burra se escapó, y atrochando por las laderas él la atrapó por la terrera del Salar. Niño ágil y resuelto que no dudó en atrapar a la bestia que debía de transportar el esparto.

     Es increíble ver una huella, por la que pasas poniendo un pie tras otro, y pensar que solo 50 años atrás, pasaban las mulas con su envergadura y cargadas con hasta 130 kg de esparto, y ese no era el único trabajo del día…pero ese es otro cantar…
   
     

     Al continuar nuestro derrotero, y elevándose hasta nuestra altura, la imponente Terrera del Salar aparece ante nosotros. Una pared vertical, con las huellas marcadas del paso de los tiempos y que definimos por su parte más elevada.





     En esta localización, en el centro de la nada… o del todo, no se puede más que plasmar una panorámica que nos facilite una leve idea de nuestro recorrer, aunque el estremecimiento y la sensación que transmite este árido y rudo paisaje hay que venir a percibirla.




     Cada rambla, valle o vallejo, cada loma, cerro u horcajo tiene su nombre, su historia y su geología particular que el viento y el agua se han afanado en modelar con el golpe de los años. Por supuesto, Antonio los conoce todos, incluso el nombre de las veredas, el trajinar que sufrieron en otras épocas y el bullicio de cazadores, pastores y esparteros que las transitaban no hace tantos lustros.

     Así el vallejo del Toro nos deleita con ese moteado amarillo en su parte más abisal.  Los tonos ambarinos del esparto y el amarillo más intenso y salpicado que nos revelan los taráis juegan con los ocres, azules y grises de sus laderas.



          Pero continuemos nuestra trocha hacia nuestro destino final, la gran Torca de Los Pajizos. No se si el nombre proviene de la cara demacrada que se les quedaba a los forasteros que en su derrotero topaban con ella, o si el origen brota de otro manantial. La profundidad de esta es de 18.40 mts medidos y bien medidos por Antonio y su hijo, dejando caer una soga desde la chimenea hasta su base.
     Cuando la percibes desde la altura parece simplemente una hondonada, como otras muchas del terreno, pero cuando te encuentras en su entrada, a media altura de la misma, ves como la mirada se eleva y se pierde por su chimenea y como al caminar hacia su interior, nuestros pasos se van hundiendo vertiginosamente.
     Te sientes pequeñito en el interior de esa creación de la naturaleza, luz y vida en su capitel, oscuridad y humedad en su pedestal.


                                     
                                   
     Tras una nutrida sesión de fotos a cargo de Antonio, sin salir de nuestro embelesamiento, comenzamos el camino de regreso. Sendas escarpadas,transitables con pericia, gracias al azadón de Antonio, nos devuelven sobre nuestros pasos. Dejando atrás paisajes, historias y un lugar asombroso al que regresar.

     En nuestra ida, hacia la Torca, bordeamos la zona de Los Columpios, pero a la vuelta, ya envalentonados o bien ebrios los sentidos por todo lo absorbido en la mañana, la subimos por la mitad. No eres consciente de por donde vas hasta que lo ves reflejado en una instantánea, pero la emoción es parte importante de una buena aventura.



                                                                               




  

     Y esta solo ha sido la primera de muchas rutas con un guía genial y un@s compañer@s estupedos. Pero ya sabéis que el Geoparque del Cuaternario de las Valles del Norte de Granada abarca muchísimo más. Aquí tenéis un vídeo con una pequeña muestra de lo que nos queda por recorrer.


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